Volviendo
Volver del desplazamiento estival, volver del estío, volver al hastío, juego con las palabras en juegos milenarios de sinrazón. La sinrazón que tan mala parece es la que envuelve cada uno de nuestros pasos. Allá donde miro la observo, la contemplo, en mi vida y en la de los demás. La sinrazón es nuestra razón de ser porque nada de lo que hacemos se nos preguntó y si, alguna vez, hemos elegido era entre cartas marcadas por otros.
No elegimos apenas más que el color de nuestra camiseta, y tampoco pues solo puedes elegir entre los colores que te ofrecen. No hay otros, no hay bermellones de tintes amelocotonados, no hay púrpuras con toques saturnales, no hay ocres magmáticos ni violáceos de pétalos de alma tranquila.
No elegimos pero aún así seguimos con la creencia de que lo hacemos. Seguimos porque nos lo dicen, todos empujan la corteza de este movimiento rutinario en que convertimos nuestras vidas. Y la corteza se adapta, nos hace ser como se tiene que ser. La cuestión es lo que hay debajo de la corteza. Muchos no tienen nada. Otros tienen trozos de melocotón.
Volver, volver, volver...a aquello de lo que nunca salimos. Como en un tango porteño con la chica que nos abandona por un tipo barriobajero, pendenciero y con un físico imponente. Por ese malo al que las mujeres no saben decir que no porque su mirada las atraviesa y las hace sentir que tocan el cielo. Como un tango deslabazado. Volver, a no sabemos qué.
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