Antiguo...
Volvía por un camino oscuro en el que todo me era invisible, en el que los pies guiaban mi pasos atraídos por una fuerza que me pareció magnética por lo inevitable que me resultó. Arrastró mi cuerpo por entre las ramas misteriosas y acariciadoras de la penumbra, arrullado por el envolvente perfume de la noche en la que miríadas de insectos misteriosos tejían una cortina de sonidos cálidos y provocadores, que parecían encerrarme en el muro de un laberinto sin salida, donde ni siquiera la luz del amanecer que dudaba existiera podría hacerme volver al estado de la realidad que había abandonado sin comprender.
Se engancharon en mi rostro telas de araña tejidas en viejos tiempos en los que las nubes no eran gotas condensadas sino el aliento de ángeles sin sexo congelado en sus formas en los cielos azules que para mí, como para el resto de los mortales, eran el color de ojos de la vida, del sueño, de la paz.
Telas de araña frágiles que mi deambular, por los caminos trazados con mentiras, rompía con la inusitada violencia con que la cresta de la ola barría las desiertas orillas de playas inexistentes, forjadas en el mundo de los deseos, más allá de donde lo irreal es lo real y lo falso, verdad.
Telas de araña que se adherían a mis labios y me mostraban el dulce sabor de pasiones escondidas, que cegaban mis ojos invidentes en la oscuridad con un velo que recreaba en mi imaginación los hermosos cuerpos de doncellas en su desnudez, que con tanta ira desprecié en aquellos momentos en que la desidia y el odio equivocaron mis acciones y mis intenciones, cuerpos de voluptuosidades violentas e intensas, que llegaban a lo más profundo de mi mente donde se suelen formar los pensamientos del amor y de la pasión carnal, aquella que captura lo más inocente de nuestra inteligencia y lo cubre con el hedor del vicio y de la corrupción, de la concupiscencia, de la abominación de la hembra puta.
Por esos extraños caminos oscuros y solitarios viajaba mi mente en un sueño sin final, como el desprecio de la vida por el que cree que la vida se acabó ya para él, agotó la vigencia de sus actos, desmoronó las últimas oportunidades de vivir y gozar.
Una mañana cualquiera me desperté con la sensación de haber vivido antes ese despertar, como si ese día hubiera ya existido en mi triste deambular por la vida, así que presumí que ese día no tendría que preocuparme por nada dado que ya lo habría vivido.
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