Trenes...
Hace unos días, un amigo de esos que es un hermano pero no es familia, escribió un acertado texto acerca de trenes que pasan. Trenes que salen de una estación para llevarte a otra. Cuando lo leí, contemplé lo bien que describía muchos aspectos de lo que es la vida y como recogía la imagen del tren para hacer un ejercicio de esgrima al tratarlo como símbolo, metáfora de la vida. El tren da mucho juego en general para distintos ámbitos, para utilizarlo de manera figurativa, como alegoría de las oportunidades que van y vienen. La encarnación de las distintas estaciones a las que un tren te lleva y cómo si te bajas en una estación posiblemente cambies el rumbo porque el próximo tren tiene una ruta diferenta a la del anterior. Son las encrucijadas, las estaciones donde se juntan distintos caminos.
Bien, esto es una mala continuación de aquellas letras… es la continuación dentro del mundo paralelo de aquellos que no decidimos los trenes. Y eso no es lo malo, lo malo es que nos damos cuenta.
Muchos, casi todos, cogemos parte de los trenes porque es lo que hay que hacer. Y se vive sin pensar si el tren es bueno, malo o regular. Y se debe vivir bien así.
Otros lo que hacemos es escuchar música. Este texto está inspirado levemente en un canción “The Last Train” de Travis. La canción es sencillamente maravillosa, y tiene una hilazón con otra titulada “The Humpty Dumpty Love Song”.
Hay días en que no sabes lo que son los trenes, no sabes ni donde está la estación, no tienes un tren que coger porque simplemente no sabes quien eres, ni lo que eras, ni lo que quieres ser.
Hay días en que esos días son años, y no pasan trenes. Descubres la estación y a alguien sentado en un banco desvencijado de madera que te enseña fotos de trenes y cómo subir en ellos. Y simplemente lo intentas. Pero es inútil, cada tren que coges descarrila. Y empiezas a pensar que no es problema de los trenes sino de uno mismo.
Hay gente que cuando pasa un tren no sabe mirar sus sentimientos y viven en el trayecto de manera anodina. Y no pasa nada. Un buen ejemplo es el amor. Puedes descubrir lo que significa el amor o la alternativa, es decir, lo que crees que significa. Si descubres algo similar a una explosión de una supernova, algo tan grande que no puedes explicar y que sería capaz de purificar todo el universo, si sientes algo así entonces creo que debes haber descubierto el amor. Hay sucedáneos, explosiones de volcanes o clorar el agua de una piscina. Son válidas para mucha gente, y para uno mismo si no ha pasado por experimentar el que no es sucedáneo, el auténtico.
Luego, a veces, te quedas esperando que llegue un tren y resulta que alguien se monta por ti, o te echa, o te empuja fuera de la estación. Y uno, sin más qué hacer, se queda sin poder luchar, sin ganas. Y te despiertas en brazos de un invierno que acuna tu sensación de frío y soledad, la soledad acompañada, la soledad del que se siente solo rodeado de multitud.
Hay trenes evocadores, como el de North by Northwest. Entrando en el túnel de lo sutil en brazos de Cary Grant. Pero esos trenes no son de este mundo.
Hay trenes, muchos, el de mi hermano no de sangre pitaba el otro día. Yo me quedo en mi estación, mi tren descarriló antes de llegar. Posiblemente por mi culpa.
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