Moscas humanas
Recupero uno de mis textos antiguos que, curiosamente, no pasa de moda...viene perfecto para estos días.
A veces nos quedamos pensando en todo lo que podría ser mejor de nuestras vidas y, por regla general, encontramos bastantes cosas que cambiaríamos. Pero nunca cambiamos nada, o casi nada. Porque cambiar es muy molesto, está lleno de inconvenientes que no acaban de ser ignorados pese a el supuesto acierto del cambio. Esos inconvenientes que existen y que, sobre todo, están en nuestra mente se convierten en meras especulaciones pues nunca sabemos si realmente están ahí fuera esperándonos porque nunca hacemos nada para cambiar. Estos inconvenientes son de naturaleza desconocida pero provocan grandes miedos y pocas esperanzas.
Porque cambiar es muy difícil, cambiar es horrorosamente aterrador. Cambiar es un salto sin red... porque para red ya tenemos la que nos tiene atrapados todos los días, esa red que conocemos perfectamente y en la que vivimos segundo tras segundo, minuto tras minuto, día tras día. Y hasta hay momentos en que a veces ni siquiera sentimos su presencia ni su opresión.
La red es tan sutil como sólida. Tan invisible como tensa. Tan imperceptible como real. Es la red de nuestra vida atracada en el puerto de la estupidez, en el muelle de la rutina. Es la red en la que tenemos que estar porque todos nos dicen con mayúscula que tenemos que estar ahí. Es la red que te quita el oxígeno porque en esa red no es necesario respirar. Y mucho menos pensar. Pensar es tremendamente perjudicial si estás en la red sin disposición de salir de ella. Suele traer consecuencias desagradables. En la red lo que hay que hacer es lo que se ha dicho que hay que hacer durante siglos, o sea, nada.
No hay que hacer nada, ni siquiera tener voluntad de hacer, porque la red te lleva en volandas a hacer todo aquello que hacen todos y que se hace en todos los sitios. Lo que está bien si eres una persona como hay que ser. Y hasta si eres un poco díscolo la red tiene pensado un engranaje de desfogamiento que permite que algunos tontos nos creamos que conseguimos algo de oxígeno. Pero es mentira, ese oxígeno no es ni más ni menos que éter perfumado que nos adormece suavemente mientras pensamos que estamos escapando a las malas artes de la red universal.
También están los fuegos de artificio de la red. Aquellos para entretenernos. Y los hay de varios tipos, unos para idiotas integrales que se conforman con su idiotez, otros para idiotas que piensan que no lo son, otros para idiotas que no solo piensan que no son idiotas sino que son superiores a los idiotas, y otros para los que pese a su idiotez son capaces de ver algo fuera de la red. Al final todos jugamos, porque la red ha encontrado un juego para cada uno de nosotros. A veces es la constitución europea, otras el gran hermano, otras el matrimonio de un príncipe, otras un seminario sobre el Quijote. Todos tenemos nuestros juegos, y todos jugamos.
Y la red curiosamente no nos es muy ajena, porque la vamos configurando nosotros mismos día tras día. Nosotros nos hemos dado esta red de excrementos, producto de la vagancia que nos caracteriza. Nos hemos dado nuestro propio sistema para que la vida no sea más que una mera sucesión de hechos de dudosa valía pero que todos tenemos que pasar por ellos para ser bien considerados por nuestra familia, vecindario, trabajo, amistades. Ese círculo que luego nosotros también imponemos a los que nos rodean convirtiéndose todo en un perfecto reloj de engranajes engarzados hasta un punto sublime. Es el círculo en el que nos movemos cada día cuando nos levantamos y desde que venimos a nacer en esta miserable realidad a la que no renunciamos porque cambiar es algo pavoroso. Una realidad que solo peligra cuando eres un veinteañero, cuando te crees que puedes escapar a los formalismos tradicionales. Pero esa energía enseguida es encauzada perfectamente y pasados unos años te ves igual de gris que toda la mediocridad que odiabas.
Llevamos así siglos, y todo funciona con precisión absoluta. Todos morimos desde el momento en que nacemos porque entramos en la espiral de hacer lo que hay que hacer y poco a poco, cada vez que hacemos algo morimos un poco. Y así nos tiramos toda la vida.
A mi me toca jugar dentro de un rato, lo que pasa es que empiezo a darme cuenta de que quieren que juegue a otros juegos que no van conmigo. Ahora mismo solo le pido a la red que recuerde qué clase de idiota que soy y me proponga los juegos que de verdad me gusten. Porque jugando a lo que te gusta se muere mejor.
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