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Notas de Mr. Kite

Fortalezas lejanas

Fortalezas lejanas Llegar a conquistar un reino es tarea ardua. Adueñarte de una región implica esfuerzos considerables. Anexionarte una ciudad es labor de desgaste. Las batallas son más inmediatas, y una escaramuza es imprevisible.

Pero una fortaleza lejana es un reto.

Tienes que recorrer todo un país, dar de comer a tus huestes, prever que habrá deserciones, abastecerte de material. Y arengar, sobre todo arengar, mantener el ánimo alto. Y no descuidarte en alimentar tu cuerpo y tu espíritu. Así hasta llegar a los muros de granito, altos muros fundidos con las paredes de una montaña imponente. Altos muros y labor dura la que hay que afrontar para asaltarlos.

Llegados a una ladera de la colina desde la que se divisa el trofeo terrenal hay que montar el campamento y fortificarlo. Difícil trabajo que se encomienda a aquellos versados en la artes del disfraz pues podría colarse cualquier enemigo para sembrar el malestar entre los aliados, para adivinar los puntos débiles de nuestro asentamiento. Hay que evitar el ser rodeado por los rodeados.

Y luego comienzas a ganar terreno. Poco a poco, ganas terreno, caen tus mejores hombres, lloras por las noches, afilas tu espada y al día siguiente de nuevo al ataque. Pequeños avances, pequeñas victorias, muros desmoronados, vino para celebrarlo.

Y avanzas, logras hacerte con la muralla norte, desde ella se ve todo el bastión interior desguarnecido por unos lados, bien defendido en otros. Cuestión de tiempo. Y de arengas, arengas a tus hombres. Siempre arengando. No hay que cesar en el aliento pues ves los rostros de tus hombres ajados por el sufrimiento, marcados de lágrimas por el amigo caído, caracteres de acero surcando trozos de piel, todos ellos cansados. Pero cuando les preguntas siempre responden “venceremos”.

Y de pronto llega una mañana, tienes dolores en la espalda, una mala caída al asaltar la escalinata del torreón del río hace que las noches no sean todo lo descansadas que te gustarían. La garganta reseca porque el vino nocturno te hizo dormir con la boca abierta y el estómago algo quejoso por la falta de un buen y tranquilo banquete reposado y bien cocinado. Das todo lo que puedes dar y sales de la tienda para saludar a las tropas...y no hay nadie.

Solo una nota, pintada en un trozo de sabana colgada entre dos palos que servían de tendedero. “Lo sentimos, pero nos gustan las camas cómodas, el aliento de una mujer, el aroma de perfumes, el sabor del pan recién hecho,... siempre serás nuestro líder.”

Clavas tu espada en el suelo, te arrodillas. Miras la fortaleza, ellos están allí, se han ido allí bajo promesas de mejores días. Tranquilos, quizás algo de mala conciencia, pero les compensa, son felices. Lloras..., montas a caballo y vuelves solo. ¿Quién sabe si buscando nuevos hombres, nuevas fortalezas que vencer, nuevos llantos que vertir?...¿quizás tu vida es conquistar fortalezas inconquistables?...¿quizás te crees lo que te dicen tus hombres, todos ellos, todas las veces, cuando te dicen que es conquistable?

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