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Notas de Mr. Kite

EL LODO DEL TIEMPO - 3 -

EL LODO DEL TIEMPO - 3 -

Nueva entrega del Lodo del Tiempo, recordando que me dijeron que gustaba...

     Abrí los ojos e intenté aventurar qué hora podía ser aunque no tenía la menor idea del tiempo que había dormido. Quizás nueve o diez horas, o menos o más. Estaba perdido en el tiempo, pero era un problema de fácil solución pues podía divisar la silueta de mi reloj sobre la mesa de mi cuarto. Mi cuarto... Mi cuarto de la casita no había cambiado desde la última vez, apenas hace medio año, todo igual, lo cual me dejaba tranquilo; al menos una pequeña parte de mi antiguo mundo seguía inmutable, al menos seguía reconociendo unos cuantos metros cuadrados sin tener que realizar ningún tipo de esfuerzo. La guerra parecía no haber pasado por mi cuarto.

     La noche anterior había sido muy formal, cuando Olga y yo llegamos eran pasadas las 8 y nos esperaban para la cena, al entrar oí a Otto, era inevitable, le oía como halagaba la facultad de mi otra hermana, Hanna, para interpretar a Listz al piano. A mi no me interesaba Listz, y estoy casi seguro de que Otto sabía de su existencia por algún amigo de alguna banda militar. Pero daba igual, Otto era encantador, y también Hanna caía en sus redes. LLegué a pensar que Otto formaba parte de una sociedad teatral y de que solo yo era consciente de ello, pero esta idea no duró mucho en mi mente pues considerar a Otto como un actor era como considerar a un chimpancé como un intelectual, y no me parecía muy acertado.

     Al entrar, mi padre salió a recibirnos, salió diciendo que quería haber ido a la estación pero que tenía cosas que hacer y además que para mí sería más fácil contarle cosas a Olga que a un pobre viejo como él. Ese pobre viejo tenía poco más de cincuenta años y era capaz de ir desde la plaza Schwarzenhberg hasta la plaza Rathaus sin descansar, pero le gustaba que le miráramos con cierta compasión, quizá yo nunca lo supe hacer y eso le debía doler profundamente, nunca me lo dijo y nunca lo supe, solo pude hacer suposiciones, mientras él pretendía que yo adivinara lo que pasaba por su mente. Para cualquier persona es difícil pensar lo que pasa por la mente de alguien, y quizás más si es tu padre, pero eso él no se lo planteaba, o al menos yo lo creía así.

     Después de mi padre salieron Hanna y mamá, y por último mi "estimado" Otto. Mi relación con Hanna era un tanto distante, y de mi madre puedo decir que era la persona que más me quería de cuantas conocía, más que Olga incluso, e intentaba protegerme más que ella. Salir con mamá y Olga a la calle era como salir rodeado de toda una guardia de húsares. Cuando me vieron comenzó la incesante lluvia de preguntas acerca de mi más que dudoso bienestar en tierras griegas al tiempo que me obligaban a ponerme cómodo sin darse cuenta de que en ese momento todas mis incomodidades desaparecerían con unas horas de sueño. Olga sin embargo se quedaba mirando, no decía nada. Permitió incluso que fuese yo mismo quien se quitase el abrigo sin ayuda de nadie. Olga miraba, me miraba a mi y de vez en cuando miraba a Otto de forma que él no lo percibiese, tampoco hacía falta ser especialmente hábil para conseguirlo pues Otto estaba ocupadísimo mostrándome sus dotes naturales en cuanto a amabilidad y cortesía se refieren, y además nunca se daba cuenta de nada, o al menos de nada que no le interesase.

     Pasamos al salón y observé una esplendorosa mesa, la mesa de todos los años, que estaba a punto para recibir todos los manjares que una familia adinerada podía permitirse en tiempos de guerra, los cuales en casa de mis padres no variaban mucho de los de tiempo de paz. Mi padre era muy eficiente, de eso no quedaba ninguna duda. Una vez que contemplé el lugar donde inevitablemente transcurrirían  mis siguientes horas observé que la única forma de comportarme de un modo adecuado sin caer dormido sobre el delicioso consomé preparado por Sofía -la cocinera-, pasaba por darme una buen baño que me hiciera recobrar algo de la vitalidad perdida en una larga jornada de viaje en tren.

 

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