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Notas de Mr. Kite

Días madrileños

Días madrileños

Por aquello del cansancio y la sequedad imagintiva, recupero un texto que escribí hace tiempo dedicado a mi Madrid, mi amada Madrid, mi amado Madrid, que es como el mar, carente de género, al que amas como a una amante o como un hermano, al que quieres como a una mujer, como a un amigo...

 

DIAS MADRILEÑOS

 

Tenemos una ciudad que nos abruma y nos quema los mediodías. Nos amenaza constantemente entre sirenas centelleantes, envolviéndonos entre lamentos de algodón con olor a estación de metro.

Nuestro Madrid es tan especial que sobrevive a nuestros alcaldes pese a los esfuerzos de éstos. Madrid se regenera en sus esquinas porque cada esquina posee un patrimonio histórico de podredumbre, de personajes que llevan allí a sus perros para que sacien sus necesidades mingitorias, y si no se lo creen les recomiendo que paseen por la plaza de Tirso de Molina.

Así pasamos día tras día los madrileños, entre rumores de nuevas líneas de metro, nuevas obras, nuevos autobuses, nuevos sitios donde no aparcar (porque nuestros alcaldes se dedican a construir lugares que deberíamos llamar “no aparcamientos”), nuevos votos y nuevos pisos todos carísimos. Y poco a poco Madrid se va vaciando del madrileño indoeuropeo y se va llenando de madrileños subsaharianos.

De Chicotes hemos pasado muy cerquita a Chuecas y a días orgullosos de moralidad rebelde, de toreros pasamos a efebos y musas del erotismo chabacano. Nuestro Madrid asume lo nauseabundo y exhibe el estilo mezclado con un olor a repollo que lo vuelve rancio. Nuestra Cibeles se viste con galas de modernidad en pasarelas internacionales mientras alguno se llena de famoseo sin más artificio que la provocación.

Y del rastro que ahora no sabemos si lo es o lo fue o lo será, pero que sigue estando ahí con su antiguo nombre brutal de carnicería, de sangre derramada y pisada domingo tras domingo por miles de personas en una comunión de sudores buscando ese objeto que solo en el rastro puedes encontrar. O simplemente comprando unas gafas para aplacar el sol que viene desde Cascorro cuando te topas de bruces con la estatua del héroe Eloy.

Y ya tenemos una plaza de Oriente que es universal y turística, una plaza por la que la gente pasea mientras escucha alguna tonada interpretada por otra gente que va allí a estar. Y otros se echan en el césped y otros se besan y muchos se quedan contemplando la luna cuando ya está oscuro el ambiente. Y es una plaza como las plazas donde lo cosmopolita se mezcla sin prejuicios y todos son iguales sobre la hierba real, que no se si será monárquica pero le queda muy bien a la plaza de nuestro palacio.

Y el Madrid de antaño, el Madrid relatado por Cela en La Colmena, queda en el recuerdo de unos cuantos. Queda en las calles de viejos nombres de oficios, queda en los bares que aún anuncian gallinejas y entresijos, queda en los que se esfuerzan en mantener ese pasado de pueblo grande, de miserias elegantes, ese pueblo que albergaba a marqueses de ficción valleinclanesca, a esperpentos literarios, a tertulias y a baldosas de Talavera. Ese Madrid de cine con sesión doble que va desapareciendo en las calles, pero que se esfuerza por sobrevivir en la memoria de algún inveterado paseante, de algún melancólico atrevido. El Madrid de los cuarenta comienza a sobrevivirnos porque está muriendo entre tanta torre acristalada y tanta antena parabólica.

Y entrada la noche, nuestra ciudad es como el escenario de nuestras vidas que sigue siendo ancho al igual que la castellana, podemos entrar y salir a escena con grandes zancadas y sin apenas tropezarnos porque la ciudad nos deja mucho espacio a partir de ciertas horas. Nos deja tanto espacio que podemos pasear por las avenidas sin toparnos con nosotros mismos durante eternas horas, prácticamente hasta que el alba empieza a despuntar y, al revés que en la canción, nos trae un nuevo día de luces y de sombras, de calles recién plantadas y regadas, de basuras y estiercol de los bares, de esperas y retrasos, de metros y autobuses. Un nuevo día en una ciudad manida en amaneceres y desollada por todos los que la hemos padecido, sufrido y amado. Madrid es algo que se te mete y que no sabes como sacarte porque ni siquiera sabes muy bien si quieres sacártelo.

No es la ciudad más bonita del mundo, ni la más limpia, ni la más organizada. Pero es Madrid.

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